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Transparencia tanguera de Roberto Volta |
Eusebio es un hombre bien hombre: un verdadero macho argentino.
Ama el tango y el mate. Le gustan el fútbol y los perros. Respeta a los gatos y a las mujeres. Todo en ese orden.
Será por una cuestión de orden, entonces, que la mujer un día se le piantó. Ya estaba harta de ser “el último orejón del tarro” - como dicen-, pasarse todo el día cebando mate, fregando y atendiendo al hombre, para que los sábados él se fuera solo a la milonga. “No me voy de garufa, me voy a bailar. Si vos no servís ni pa’ tararear un tango... ¿a qué vas a venir?...a junarme nomás... No te pongás cargosa... querés...”
La mujer se le fue con otro. Otro que bailaba boleros, tomaba café o gaseosa y le traía flores al menos dos veces por semana.
Y ahí se quedó Eusebio: solo como un perro y con el perro, con la heladera llena de carne (para el perro, que era el único que la comía cruda), aburrido de cebarse su propio mate, con un montón de ilusiones perdidas y otro montón de pilchas para lavar y para planchar.