jueves, 22 de enero de 2015

La garza blanca


Su plumaje blanco y su porte elegante se distinguen de lejos cerca de un curso de agua o en un campo inundado. Cuando vuela, lentamente y con el cuello recogido, se recorta su silueta en el color celeste, gris o rosado del cielo.
De pie en el fondo, observa quieta el curso de agua, para lanzar un picotazo certero cuando un pez o una rana pasa por allí. Si nada consigue, se conforma, ya en tierra, con algún insecto o un pequeño reptil.
Sus plumas nupciales –egretas- casi la llevaron a la extinción en el siglo XIX, cuando se las usaba para adornar los sombreros. Por suerte, la moda pasó y las poblaciones de garzas sobrevivieron. Hubiera sido una pena no ver más a estas bellísimas aves que están presentes hasta en la mitología griega. ¿No les parece?

lunes, 19 de enero de 2015

BlaBlerías de enero

En enero, como siempre, varios cuentos, un poema y artículos que te van a interesar, de aquí, de allá y de más allá. Y no olvides que en cada triangulito encerrado en un pequeño círculo, hay algo lindo para escuchar. Es hora del placer.


Click en este link: http://joom.ag/Dbjb

Cuentos para acariciar el alma



El 10 de enero tuve el enorme placer de participar en el encuentro organizado por Ilda Viñals, junto a Daniel Britto, Teresita Fernández, Deolinda Colman, dos músicos deliciosos, Matilde Guerrero y Laura Finger. Aquí, algunas imágenes.


 ¡Gracias por las fotos, Daniel!









viernes, 9 de enero de 2015

Invitación (Cuento)


    El muchacho se parecía a la palabra fantasma. Pero no era un fantasma; yo estaba segura. Lo veía todos los días en la estación Acoyte del subte A. Todas las mañanas, yo esperaba en el andén, para ir al trabajo. Él me saludaba junto al cartel de propaganda, en medio de las vías.
   Sonreía, agitaba su mano izquierda (porque con la derecha sostenía la jabalina) e inclinaba su cabeza, mientras me decía “Buen día, preciosa”. Era bastante alto, de cabello oscuro y ojos grandes. Su sonrisa dejaba ver los dientes blanquísimos y estiraba los labios gruesos. Llevaba ropa deportiva: pantalón corto azul, remera blanca y zapatillas del mismo color. La ropa parecía un poco antigua.
   Las primeras veces, yo miraba a la gente que estaba a mi lado. Nadie parecía reparar en él. Una vez, me animé y le pregunté a un hombre gris de traje gris con portafolios gris:
    —¿No le parece peligroso que aquel muchacho esté en medio de las vías?
    —¿Qué muchacho? —preguntó el hombre gris.