Ningún lugar es un lugar más. Por eso el
encuentro debe ser allí. Y a solas.
Dos sillones níveos vestidos de largo, con los
brazos extendidos uno hacia el otro, listos para el abrazo, pero separados por
una mesa cuadrada, exacta en su solo pie. Dos copas sobre la mesa. Detrás,
cortinados larguísimos, cubriendo ventanales ausentes. Una lámpara de metal
penderá para iluminarlo todo; sin embargo, la luz deberá estar apagada. Bastará
con el resplandor tenue del afuera.
Él se sentará frente a vos y te dirá: