Ningún lugar es un lugar más. Por eso el
encuentro debe ser allí. Y a solas.
Dos sillones níveos vestidos de largo, con los
brazos extendidos uno hacia el otro, listos para el abrazo, pero separados por
una mesa cuadrada, exacta en su solo pie. Dos copas sobre la mesa. Detrás,
cortinados larguísimos, cubriendo ventanales ausentes. Una lámpara de metal
penderá para iluminarlo todo; sin embargo, la luz deberá estar apagada. Bastará
con el resplandor tenue del afuera.
Él se sentará frente a vos y te dirá:
—Estoy acá. Otra vez.
Lo mirarás embobada e incrédula al mismo
tiempo y le preguntarás por qué.
—Te extraño —afirmará (y le creerás).
—Yo también te extraño —le responderás tratando de frenar las lágrimas
inútiles.
Él extenderá su brazo sobre la mesa fría y
buscará tu mano. No la encontrará.
Tu mirada será una mezcla justa de ternura y
reproche cuando digas por fin el porquétefuiste que tuviste ahorcado en la
garganta durante veinte años.
—Así tenía que ser, parece. Dicen. Digo… —te contestará
bajando sus ojos, tan jóvenes todavía.
Ahora sí acercarás tu mano buscando la suya,
tan delgada, tan pequeña. Entonces la llenarás de todas tus caricias
contenidas.
Él te dirá:
—Es hora de que vengas conmigo. ¿Estás lista?
—Creo que sí —afirmarás sin estar del todo segura. (En verdad,
nunca se está listo). ¡Tu deseo de seguirlo es tan intenso!
Y las cortinas se abrirán y se abrirá el muro
y el espacio y el aire. Y en ese nuevo tiempo caminarán juntos, de la mano,
hacia ese lugar que tampoco es un lugar más. Ni siquiera es un lugar.
Saldrán ustedes y entrará la muerte, la
bienamada.
Marita von Saltzen
Me gustó mucho.
ResponderEliminarMe encantó. Gracias por publicarlo.
ResponderEliminar