viernes, 30 de diciembre de 2022

Decálogo de Virginia Wolf

Nació en Londres en 1882. Figura entre los grandes renovadores de la novela moderna. Perfeccionó en sus novelas el monólogo interior. La señora Dalloway, Al Faro y Las olas son un claro ejemplo de este recurso, en el que muestra un estilo e imágenes hasta entonces más propios de la poesía. Fue pionera en la reflexión sobre el rol de la mujer en el arte y en la literatura (Una habitación propia). Escribió también una serie de ensayos sobre esta temática. En uno de los accesos de una enfermedad mental que había obligado a ingresarla en varias ocasiones, en 1941 desapareció de su casa de campo, hasta que días después su cuerpo fue hallado en el río Ouse.

I Una buena novela es cualquier novela que le hace a uno pensar o sentir.

II Tiene que meter el cuchillo entre junturas del cuero con el que la mayoría de nosotros estamos recubiertos.

III Tiene que ponernos quizás incómodos y ciertamente alerta.

IV El sentimiento que nos produce no tiene que ser puramente dramático y por tanto propenso a desaparecer en cuanto sabemos cómo termina la historia.

Tiene que ser un sentimiento duradero, sobre asuntos que nos importan de una forma u otra.

VI Una buena novela no necesita tener trama; no necesita tener final feliz; no necesita tratar sobre gente simpática o respetable; no necesita ser lo más mínimo como la vida tal como la conocemos. Pero tiene que representar alguna convicción por parte del escritor.

VII Tiene que estar escrita de modo que transmita la idea del escritor, ya sea simple o compleja, tan fielmente como sea posible. No tiene que repetir aquello que es falso o trillado simplemente porque al público le resulta fácil mascullar una y otra vez sobre lo falso y lo trillado.

VIII Todo esto se refiere a las novelas escritas en el pasado. Es imposible estar seguro de cuáles serán las características de una buena novela en el futuro. Las novelas contemporáneas nos sorprenden a menudo por ser muy distintas de aquello que hemos aprendido a admirar y crean una belleza que, al ser tan distinta de la antigua, resulta mucho más difícil de apreciar. Pero lo contrario también es cierto; algunas de las mejores novelas también se han hecho inmediatamente populares y del todo fáciles de entender.

IX El único método seguro de decidir si una novela es buena o mala es simplemente observar nuestras propias sensaciones al llegar a la última página. Si nos sentimos vivos, frescos y llenos de ideas, entonces es buena; si quedamos hartos, indiferentes y con poca vitalidad, entonces es mala. Pero estar seguro de lo buena que es una novela y el tipo de virtud que tiene resulta extremadamente difícil.

El mejor método es leer lo antiguo y lo nuevo uno al lado del otro, compararlos y así desarrollar poco a poco un criterio propio.


Fragmento de Las olas (Monólogo interior)

“Han sido días inválidos, como polillas de alas atrofiadas, incapaces de volar. Únicamente faltan ocho días. Dentro de ocho días, me apearé del tren y quedaré en pie en el andén, a las seis veinticinco. Entonces se desplegará mi libertad, y todas esas limitaciones que arrugan y encogen –horas, orden y disciplina, estar ahí y allí en el exacto momento debido– quedarán hechas añicos […] No deseo, tal como Jinny desea, ser admirada. No quiero que, al entrar, la gente levante la vista con admiración. Quiero dar, quiero recibir, y quiero soledad en la que desplegar cuanto tengo…”.

 

Otro fragmento (descripción)

"El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido o cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías."

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