Por la noche o en la madrugada, suele verse en el campo. Y menudo susto nos pegamos.
La primera
impresión es que se trata de una rata gigante, pero este animalito no es ni
pariente lejano de esos feos roedores. Se trata de un marsupial, como el
canguro, con la cola fina, larga y
prensil, como el mono, y el cuerpo cubierto de pelos, como un perro. Aunque no
es más grande que un gato, su presencia asusta; sin embargo, rara vez se
muestra agresiva.
Para descansar, sus
lugares preferidos son los huecos de los árboles, los espacios entre rocas o
troncos, los nidos o madrigueras de
otros animales y los espacios cerrados y oscuros como los galpones.
Sale solamente de
noche y puede trepar a los árboles gracias a sus pulgares oponibles en las cuatro patas con cinco dedos cada una.
También es una buena nadadora. Si se encuentra amenazada o con miedo, muestra
los dientes y gruñe. Si el peligro aumenta, se hace la muerta: queda inconsciente con la boca abierta, su
corazón casi no late y emana un líquido verdoso de olor horrible. Así puede
quedarse horas para luego recuperar la conciencia y escapar corriendo.
Come carne de aves y otros animales
pequeños, vivos o muertos. También le gustan las frutas y los huevos, y por eso
es perseguida por los hombres de campo. No es raro que el marsupial se alcoholice
ante el consumo de frutos silvestres fermentados.
En zonas urbanas,
busca desechos de comida en los tachos de basura y alimento para mascotas.
Un cuento: La
comadreja y la gata
Azuleja la
comadreja era pícara y ladrona desde chiquita. Cuando su mamá la tenía adentro
de la bolsa tomando la teta con sus diez hermanos, Azuleja siempre los empujaba
para robarles su leche. Y cuando tuvo tres meses y empezó a caminar solita, lo
primero que hizo fue robar los huevos del nido de Lolo el chingolo. ¡Incurable,
Azuleja!
Y caprichosa como
ninguna. Al principio comía de todo: uvas, frutillas, manzanas… ¡y no había
gusanito ni escarabajo ni escararriba que se le escapara! Claro que le
resultaba mucho más divertido perseguir lagartijas, sapos y ranas, todos bichos
movedizos que igual cazaba sin problemas. Un día se comió una víbora entera.
Sus hermanos se asustaron al verla (en realidad siempre se asustaban de las
locuras de Azuleja), pero se la tragó con cabeza y todo.
Hasta que una vez
le ganó la pereza. Vio de lejos el alimento de la gata Renata y se fue
derechito para el plato. “Mmm… ¡Qué delicia!”, pensó. Y ahí empezaron los
problemas. Y los caprichos. Porque Azuleja no quería comer ninguna otra cosa:
ni frutas, ni bichos, ni nada. Solamente la comida de Renata.
La pobre Renata
estaba cada día más flacucha. El dueño pensaba que comía demasiado porque veía
el plato siempre vacío, pero en realidad no probaba bocado casi nunca. Decidió
hacer guardia, pero Azuleja se acercaba, abría su gran bocaza y gruñía, y la
gatita se alejaba con la cola entre las patas. A veces, era el olor que lanzaba
Azuleja lo que la espantaba. ¿Qué iba a hacer?
Un día, Renata
decidió enfrentar a su ladrona enemiga. “Si ella tiene dientes filosos, yo
tengo uñas”, pensó. Cuando llegó Azuleja, Renata gruñó primero, arqueó bien el
lomo y se le fue encima con las uñas preparadas. Pero la pícara comadreja se
hizo la muerta enseguida. Asustada, la gata corrió en busca de ayuda:
—¡Garabato, gato!
¡Vení, que me parece que la maté!
Cuando los dos
llegaron a ver, ya no estaban ni la comadreja ni la comida.
“A esta la voy a
curar de espanto”, decidió Renata, y juntó pedazos de frutas durante tres días.
Al cuarto, mezcló los trozos malolientes con su alimento y, mostrándose muy
amable, invitó a Azuleja a comer.
Dos minutos tardó
la comadreja en devorar todo. Dos días le duró la borrachera. En realidad,
nunca supo qué le había pasado ni por qué el alimento de Renata ya no le
gustaba más.
Lo cierto es que
Renata fue una gata gordita y feliz, y
Azuleja se convirtió en una comadreja cazadora de bichitos y en una excelente
vecina.
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