Foto: Roberto Ares |
Intimidante, con su copete oscuro, lo vemos en lo
alto de algún poste o de algún árbol en el campo, como vigilando con atención.
—Mirá, ¡un águila! —aseguran los chicos que
solamente vieron águilas por televisión y no conocen su tamaño verdadero. Y es
que el carancho tiene también el pico curvo y dentado como todas las aves de
rapiña, pero el tamaño de una gallina, que no es pequeño para un pájaro, pero
sí para un águila. A la familia de los falcónidos pertenecen también los
gavilanes, los chimangos y los halcones.
Sobre la cabeza blancuzca, tiene una capucha
castaña oscura; el cuello es bien pálido, y el pecho, a rayas. Cuando vuela se
ven, inconfundibles, las alas oscuras con una mancha blanca. El pico grueso y
robusto es, desde los ojos hasta la mitad, anaranjado, y en la punta es de
color hueso.
Generalmente anda solo, salvo cuando está con su
pareja o cuando se juntan varios porque la comida es abundante.
Construye su nido, que usará por varios años, en
las ramas de árboles solitarios. Lo hace con ramas
entretejidas en forma de
copa y puede medir hasta un metro de diámetro. El interior está forrado con
plumas, hierbas y materiales suaves. Allí, la hembra pone dos o tres huevos,
que los dos padres defienden de cualquiera que se acerque (animal o persona).
Foto: Hugo Graglia |
Cuando se trata de comer, no le hace asco a nada:
pequeños vertebrados, como crías de aves, sapos, ranas, peces, tortugas y
víboras, e invertebrados. Pero su alimentación preferida es la carroña, ya que
no tiene papilas gustativas en la lengua.
Muchas veces anda por los basureros en busca de desperdicios; otras,
escarba la tierra para comer gusanos y lombrices. ¡Un verdadero barril sin
fondo!
Los pájaros se defienden de los posibles ataques a
sus pichones. Cuando lo ven acercarse, se agrupan y lo persiguen. Yo misma vi a
cuatro benteveos cuando espantaban a un carancho, y me han dicho que también lo
hacen las tijeretas y hasta los diminutos picaflores.
Cuenta la leyenda
que el carancho, cuando comía solamente carne fresca, fue castigado por Noé, el
constructor del arca por el diluvio universal. Dicen que dicen que cuando paró
la lluvia, después de cuarenta días y cuarenta noches, Noé llamó a carancho:
—Necesito que
vayas a ver si podemos bajar a tierra. Ya todos los animales se me están
poniendo nerviosos, ¿entendés?
—Claro que sí
—contestó el carancho—. Iré a mirar y volveré lo más rápido posible.
Foto: Luis Argerich |
Y salió volando
por una ventana.
Los demás
animales no estaban muy contentos con el delegado que había designado el jefe
del arca:
—Volará alto,
pero para mí, va a ir a buscar comida —afirmó un tero.
—Con lo
tragaldabas que es, seguro que se va a quedar por ahí comiendo —rumoreaban los
osos hormigueros.
—¿Por qué no
mandó Noé a uno de nosotros? —se preguntaba, envidioso, el águila macho.
Lo cierto es que
los días pasaban y el carancho no volvía. Todos tenían razón: el muy
desconsiderado se estaba dando un atracón de carroña, que era lo único que
había encontrado y que, hasta entonces, nunca le había gustado. El único preocupado por él era Noé,
que estaba casi seguro de que se había ahogado.
Una tarde el
carancho volvió con un aliento horrible que espantó a más de uno, y que lo
delató frente a Noé. El guardián del arca se sintió defraudado y muy enojado:
—Estás castigado
por tu egoísmo. Te condeno a ser el basurero del aire: comerás siempre carroña.
Desde entonces,
el carancho se alimenta de animales muertos y, como no para de comer, también
de animales vivos. Pero solamente cuando se lo permiten, por supuesto.
Marita von Saltzen
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