domingo, 31 de agosto de 2014

El carancho (leyenda)

Foto: Roberto Ares
Intimidante, con su copete oscuro, lo vemos en lo alto de algún poste o de algún árbol en el campo, como vigilando con atención.
—Mirá, ¡un águila! —aseguran los chicos que solamente vieron águilas por televisión y no conocen su tamaño verdadero. Y es que el carancho tiene también el pico curvo y dentado como todas las aves de rapiña, pero el tamaño de una gallina, que no es pequeño para un pájaro, pero sí para un águila. A la familia de los falcónidos pertenecen también los gavilanes, los chimangos y los halcones.

Sobre la cabeza blancuzca, tiene una capucha castaña oscura; el cuello es bien pálido, y el pecho, a rayas. Cuando vuela se ven, inconfundibles, las alas oscuras con una mancha blanca. El pico grueso y robusto es, desde los ojos hasta la mitad, anaranjado, y en la punta es de color hueso.
Generalmente anda solo, salvo cuando está con su pareja o cuando se juntan varios porque la comida es abundante.
Construye su nido, que usará por varios años, en las ramas de árboles solitarios. Lo hace con ramas
Foto: Hugo Graglia
entretejidas en forma de copa y puede medir hasta un metro de diámetro. El interior está forrado con plumas, hierbas y materiales suaves. Allí, la hembra pone dos o tres huevos, que los dos padres defienden de cualquiera que se acerque (animal o persona).
Cuando se trata de comer, no le hace asco a nada: pequeños vertebrados, como crías de aves, sapos, ranas, peces, tortugas y víboras, e invertebrados. Pero su alimentación preferida es la carroña, ya que no tiene papilas gustativas en la lengua.  Muchas veces anda por los basureros en busca de desperdicios; otras, escarba la tierra para comer gusanos y lombrices. ¡Un verdadero barril sin fondo!
Los pájaros se defienden de los posibles ataques a sus pichones. Cuando lo ven acercarse, se agrupan y lo persiguen. Yo misma vi a cuatro benteveos cuando espantaban a un carancho, y me han dicho que también lo hacen las tijeretas y hasta los diminutos picaflores. 

Cuenta la leyenda que el carancho, cuando comía solamente carne fresca, fue castigado por Noé, el constructor del arca por el diluvio universal. Dicen que dicen que cuando paró la lluvia, después de cuarenta días y cuarenta noches, Noé llamó a carancho:
—Necesito que vayas a ver si podemos bajar a tierra. Ya todos los animales se me están poniendo nerviosos, ¿entendés?
—Claro que sí —contestó el carancho—. Iré a mirar y volveré lo más rápido posible.
Foto: Luis Argerich
Y salió volando por una ventana.
Los demás animales no estaban muy contentos con el delegado que había designado el jefe del arca:
—Volará alto, pero para mí, va a ir a buscar comida —afirmó un tero.
—Con lo tragaldabas que es, seguro que se va a quedar por ahí comiendo —rumoreaban los osos hormigueros.
—¿Por qué no mandó Noé a uno de nosotros? —se preguntaba, envidioso, el águila macho.
Lo cierto es que los días pasaban y el carancho no volvía. Todos tenían razón: el muy desconsiderado se estaba dando un atracón de carroña, que era lo único que había encontrado y que, hasta entonces, nunca le había  gustado. El único preocupado por él era Noé, que estaba casi seguro de que se había ahogado.
Una tarde el carancho volvió con un aliento horrible que espantó a más de uno, y que lo delató frente a Noé. El guardián del arca se sintió defraudado y muy enojado:
—Estás castigado por tu egoísmo. Te condeno a ser el basurero del aire: comerás siempre carroña.

Desde entonces, el carancho se alimenta de animales muertos y, como no para de comer, también de animales vivos. Pero solamente cuando se lo permiten, por supuesto.

Marita von Saltzen

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