Su plumaje blanco
y su porte elegante se distinguen de lejos cerca de un curso de agua o en un
campo inundado. Cuando vuela, lentamente y con el cuello recogido, se recorta
su silueta en el color celeste, gris o rosado del cielo.
De pie en el
fondo, observa quieta el curso de agua, para lanzar un picotazo certero cuando
un pez o una rana pasa por allí. Si nada consigue, se conforma, ya en tierra,
con algún insecto o un pequeño reptil.
Sus plumas
nupciales –egretas- casi la llevaron a la extinción en el siglo XIX, cuando se
las usaba para adornar los sombreros. Por suerte, la moda pasó y las
poblaciones de garzas sobrevivieron. Hubiera sido una pena no ver más a estas
bellísimas aves que están presentes hasta en la mitología griega. ¿No les
parece?