Tenía diez años y era muy delgada. Sus padres y su abuela estaban sumamente preocupados. La mamá la llevó al médico:
—Come como un pajarito —le dijo.
El doctor le recetó vitaminas y un estimulante para abrir
el apetito.
Ella seguía demorando mucho en cada comida y dejaba la
mitad de lo que le servían.
—No tengo hambre, mamá.
—Hija, comés como un pajarito. ¿Qué vamos a hacer con
vos?
Los papás se iban a trabajar a la mañana. Cuando volvían,
le preguntaban a la abuela:
—¿Cómo anduvo todo?
—Muy bien. Es un amor, pero sigue comiendo como un
pajarito.
Otro pediatra le cambió la medicación, otro le mandó
estudios de sangre y otro más sugirió que la enviaran a un psicólogo.
Sin embargo, la niña no cambiaba: comía verdaderamente muy
poquito.
Fue una noche de luna llena cuando se produjo el cambio.
Asomada a la ventana, sintió que le crecían alas. En puntas de pie, las abrió
despacito, con cuidado y cierta vergüenza. Entonces voló. Como un pajarito
voló.
Marita von Saltzen
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