miércoles, 20 de abril de 2022

En el baño (Cuento)

La mujer entró en el baño de la estación. Solo había dos compartimientos. Los dos parecían desocupados. Empujó la puerta de uno de ellos y una mano la cerró con fuerza desde el interior.

—¡Ocupado! —gritó. 

—Disculpe. No está puesta la traba.

No hubo respuesta. Cuando entró en el cubículo de al lado, escuchó el trac de la otra puerta. Puso tiras de papel sobre la tabla y se sentó. En ese momento, escuchó el inequívoco y desagradable sonido de la otra mujer que vomitaba. Tuvo que contener una arcada; siempre le pasaba lo mismo: no toleraba eso ni en las películas.

—¿Está usted bien? —preguntó en un esfuerzo.

—Sí… bueno… no… Pero no se preocupe.

—Puedo salir y llamar a alguien, si quiere. O avisarle a quien quiera que no se encuentra bien.

—Gracias. No hace falta. Ya estoy mejor.

—¿Seguro?

—¡Sí! —alzó la voz, molesta— Además, estoy sola.

—No se altere. Solo intento ayudarla —sintió rabia y preocupación al mismo tiempo. Por la voz, parecía una chica joven.

—Siempre estoy sola. Para todo estoy sola. Y voy a seguir sola —comenzó a sollozar.

—No te pongas así. ¿Querés contarme lo que te pasa? —se acomodó la ropa y apretó el botón.

—No quiero que me vea.

—No te veo. No salgo de acá si no querés. ¿Por qué te sentís tan sola? —dispuesta a escuchar, la mujer bajó la tapa del inodoro y se sentó.

—No me siento sola: estoy sola. Estuve sola desde que murió mi mamá. Estuve sola para criar a mis hermanos. Y ahora —lloraba—…

—Calmate, por favor. ¿Ahora qué?

—El año pasado conocí a un tipo. En el mercado lo conocí. Fuimos a tomar un café. Parecía una buena persona. Después fuimos amigos y nos contamos todo de nuestras vidas. Todo lo que yo le conté era cierto; lo de él, no sé. A lo mejor, sí. Pero no sé. Fuimos amigos al principio. Nada más que amigos. Íbamos al cine, a cenar, a caminar. Hasta una vez me acompañó a llevar a mi hermanita a la plaza. ¡Un amor era! Nunca había tenido un amigo así. Ni una amiga así tampoco.

Definitivamente se trataba de una chica joven engañada por algún atorrante, pensó la señora, a la que se le estaban acabando las ganas de escuchar. Pero resistió mientras la muchacha seguía con su historia:

—Poco a poco nos fuimos enamorando. Yo me fui enamorando. Ël, no sé. A lo mejor, sí. Pero no sé.

—¿Y empezaron una relación, digamos, más íntima?

—Hace once meses. El mes que viene hubiéramos cumplido un año de novios.

—¿Hubieran cumplido? ¿Qué pasó? ¿Te engañó con otra?

—No, no fue eso. Cuando empezamos yo era virgen, ¿sabe?

La mujer se preguntó que edad tendría esta chica. A medida que hablaba, se le restaban los años. ¡Cuánta inocencia!

—Él tenía experiencia porque tenía como diez años más que yo. ¡Me trató tan bien! Pura dulzura fue. Ni me dolió ni nada. Y hasta me gustó desde el principio.

—¿Y entonces? —la señora miró el reloj. Se le estaba haciendo tarde.

—Cuando supo que estaba embarazada, me dejó —empezó a llorar a moco tendido.

—Calmate, chiquita. Quizás fue lo mejor. No te merecía. Tu bebé va a ser la mejor compañía.

—¡Ay! —gritó la muchacha— ¡Creo que ya viene!

Parecía que estaba haciendo fuerza. ¿Estará moviendo el vientre?, se preguntó la señora.

—¿Quién viene? ¿Qué estás…? ¡Abrime la puerta ya!

La chica no dijo nada más. Solamente se escuchaban los gemidos de su esfuerzo.

—¡Dejame pasar y te ayudo! —la mujer ya estaba en la puerta del otro cubículo.

Cuando escuchó el llanto del bebé, le dijo:

—Voy a pedir ayuda. Quedate tranquila —Y salió del baño.

Enseguida la vio, cuando salía corriendo sin nada en sus brazos y dejaba un rastro de sangre en el piso.


Marita von Saltzen 

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