sábado, 9 de abril de 2022

El caldén (Leyenda)

Cuenta la leyenda que, entre los ranqueles de la provincia de La Pampa, vivía, hace mucho tiempo, Witrú, un indiecito bravo y rebelde. Era chiquito y, sin embargo, no se dejaba mandar, siempre protestaba por todo y no aceptaba ninguna clase de injusticia.

Witrú creció, aprendió a respetar a los mayores, se hizo hábil en el uso de la lanza y se convirtió en un joven valiente y fuerte, capaz de enfrentar a cualquier enemigo para defender a los de su raza.

La toldería era, muchas veces, atacada por una tribu cercana, los toay.  Witrú, entonces, luchaba al frente de sus compañeros y los alentaba. No le importaba arriesgar su vida si se trataba de salvar a los suyos.

Un día, los enemigos lo capturaron. Para ellos, fue un gran triunfo haberlo apresado y, orgullosos, lo exhibieron ante su pueblo como a un gran trofeo. Lejos de su tierra, se sentía triste, humillado y furioso.

Él no era hombre para vivir encerrado. Cuando cayó la noche, aprovechó el sueño del vigía y logró escapar. Quería ir a pedir ayuda a otras tribus y, para hacerlo, debía atravesar el monte pampeano con sus arbustos espinosos y enmarañados.  

Era noche cerrada. La oscuridad conspiraba contra él. Sin darse cuenta, se internó en el corazón del monte. Apenas podía avanzar en la espesura. Las ramas y las espinas lo lastimaban y la sangre que salía de sus heridas empapaba la tierra. De pronto, ya no pudo soltarse de la vegetación que lo enredaba.

La sed, que le hacía arder los labios, terminó por vencerlo.

Se sintió perdido y se encomendó a su dios:

Füta Chao, te lo suplico, ayuda a mi pueblo, aunque yo no viva para protegerlo. Toma mi vida, si ese es tu deseo, pero ampara, oh, gran Dios, a mi raza.

Mientras tanto, sus enemigos y sus hermanos habían salido a buscarlo. Unos lo perseguían para volver a encerrarlo; otros querían recuperar a su amigo perdido.

Y ese amanecer lo encontraron: Witrú se había convertido en un árbol muy alto y muy frondoso.

Los hilos de su sangre derramada, transformados en larguísimas raíces aferradas a la tierra —a la mapu que lo vio nacer—, buscan agua para saciar su sed. Las ramas, cubiertas de espinas, siguen defendiéndose de los enemigos que, quizás, quieran cortar el árbol. En el tronco se notan las heridas del mapuche en la huida.

Desde entonces, el caldén o witrú crece en la pampa y sus frutos alimentan al ganado y a los ñandúes, que son los encargados de desparramar sus semillas.

A veces, se alza solitario e imponente en medio de la llanura, como símbolo del antepasado de una raza que sigue luchando por sus derechos.

 

Marita von Saltzen

  

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