Annie Proulx
Nació en Norwich, Connecticut, Estados Unidos, en 1935. Su especialidad son los relatos cortos de temas costumbristas. Reside en un entorno rural, por lo que conoce bien la mentalidad y circunstancias de la población más modesta. Sus relatos describen tanto la brutalidad y franqueza de las gentes, como su honestidad y capacidad de sacrificio. La inclusión de actos rocambolescos, casi inverosímiles, así como ciertas pinceladas de fantasía, permiten etiquetar su estilo como Realismo mágico. Ganó el premio Pulitzer con su segunda novela The Shipping News. Su historia corta Brokeback Mountain fue llevada al cine como Secreto en la montaña.
I Proceda lentamente y con cuidado.
II Para asegurarse que procede con lentitud, escriba a mano.
III Escriba lentamente y a mano solamente los temas que le interesan.
IV Desarrolle destreza a través de años de extensa lectura.
FRAGMENTO DE SECRETO EN LA MONTAÑA
Ennis, con su mejor camisa puesta, blanca con anchas rayas negras, se había tomado el día libre porque no sabía a qué hora llegaría Jack y se paseaba arriba y abajo, mirando el cate pálido de polvo. Alma comentó que hacía tanto calor que en lugar de cocinar podían llevar a cenar a su amigo al Knife & Fork, si es que encontraban a alguien que les cuidara a las niñas, pero Ennis dijo que más bien se llevaría a Jack a emborracharse por ahí. Jack no era de los que van a restaurantes, añadió, pensando en las cucharas sucias que sobresalían de las latas frías de judías en equilibrio inestable sobre un tronco. A última hora de la tarde, cuando los truenos rugían, la vieja camioneta verde aparcó y Ennis vio a Jack apeándose, con el baqueteado Resistol echado hacia atrás. Una sacudida caliente puso en ebullición a Ennis, que salió al descansillo y cerró la puerta tras de sí. Jack subía los escalones de dos en dos. Se agarraron por los hombros y se abrazaron con todas sus fuerzas, cortándose mutuamente la respiración a la vez que decían “hijo de puta, hijo de puta”, y luego, con la misma facilidad con que la llave adecuada hace girar la guarda de una cerradura, sus bocas se juntaron, los duros dentarrones de Jack hicieron brotar sangre, su sombrero cayó al suelo, se raspaban con sus incipientes barbas, la líquida saliva se acumulaba, y la puerta se abrió y Alma observó durante unos segundos los hombros en tensión de Ennis y luego cerró la puerta mientras los hombres aún seguían enlazados, apretados uno contra otro, pecho, entrepierna, muslo y pierna, pisándose mutuamente los dedos de los pies hasta que se separaron para tomar aliento. Ennis, a quien no se le daban muy bien las ternuras, dijo lo mismo que decía a sus caballos y a sus hijas: Oh, cariñito…
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