domingo, 29 de mayo de 2022

Las malas palabras

Había una vez un reino en el que todas las palabras eran buenas. Pero un día, un ejército de palabras malas lo invadió…

¿Palabras malas? ¿Malas palabras? ¿Le pegan a alguien? Sí, si queremos, sí… Pero a veces las palabras “buenas” pegan peor o duelen más.

¿Se rompen? ¿Destiñen? ¿Les salen bolitas? ¿Se ponen amarillas? ¿Atrasan? ¿Son de mala calidad? No, a veces son buenísimas, exactas, irreemplazables: aparecen en el momento justo, son fuertes, expresivas, lustrosas, tienen todos los colores.

Busco en el diccionario. Malo,la: Carente de bondad · Nocivo · Que tiene propiedades inadecuadas para algún propósito · Desagradable · Opuesto a alguna ley · De mala vida o costumbres · Enfermo · Bellaco.

No me queda claro. ¿Quién determina cuáles son las malas palabras? ¿Desde cuándo existen las malas palabras?

Parece ser que utilizar palabras de otros idiomas es fino, queda bien. Pero las palabrotas (¿son muy grandes?) no son decentes.

El origen de las malas palabras está en las clases sociales. La clase alta, en algún momento de la historia, se convenció de que su hablar era culto, diferente del que usaba la clase baja. “Vulgaridad” era la forma de hablar del vulgo, el pueblo trabajador de la antigua Roma; “grosería” viene de “grueso”, todo lo contrario de “fino” y “delicado”. Mientras los pobres hacían los trabajos pesados, groseros, los ricos realizaban las tareas finas con sus delicadas manos.

A partir de allí, las clases altas complicaron muchas expresiones: por ejemplo, mientras los pobres “cagaban” (perdón a los ojos finos de los lectores) ellos “movían el vientre”. 

Hay que aclarar, sin embargo, que las mismas palabras son buenas en algunos países y malas en otros. Así que hay que andar con cuidado y preguntar… antes de meter la pata. Voy a dar algunos ejemplos que van a comprender, seguro seguro, los lectores argentinos (los demás, pueden preguntar cuando vengan): acá cualquier estudiante o narrador, tiene a veces un “machete” a mano, pero ni se les ocurra decirlo en Venezuela (yo lo hice…), en donde “machete” es el miembro masculino; en México, al dulce de leche le dicen “cajeta” (sin más explicaciones); en muchos países se “cogen” los objetos, pero jamás debemos “comer” a besos a un nene en Colombia; en México, se ponen la “cachucha” en la cabeza y en Chile no se llega a ningún lugar a las cinco y “pico”; en España, digamos “culo” y nunca “cola”, pero en la mayoría de los países latinoamericanos, “culo” es una gran grosería (en Perú me lo prohibieron terminantemente); jamás se citen con un hombre en un café en la República Dominicana, porque allí “café” es, sencillamente, “prostíbulo”. 

En Colombia, muchas veces he escuchado la expresión “culicagao” al referirse a los nenes chiquitos (y me encantó), pero si les decimos “pendejos”, hasta el más pintado se ofende. Es que la expresión “pendejo” es sumamente peyorativa en casi toda América latina (es tonto, estúpido, y se dice con desprecio). No pueden entender que acá lo digamos cariñosamente. Ni siquiera mandarse una “pendejada” es para nosotros nada malo, ¿verdad?

Por supuesto, todo depende de la intención, en muchos casos. Las “malas palabras” a veces se utilizan para insultar, refiriéndonos al nivel intelectual de la persona o a lo obsceno, sexual o escatológico.  Tienen una carga semántica única y no se pueden reemplazar por otros términos que “suenen” mejor. No sería lo mismo decir “Andate a los excrementos o a la vagina de tu hermana”, “Dejame de molestar, tonto”, “No me rompas los testículos”… Indudablemente, no provocarían el pretendido desahogo.

Ahora estas palabras, “voces malsonantes”, están en todos lados: en los libros, en la televisión, en la radio. ¿Está bien esto? Los animadores ¿logran más rating porque las usan? Los chicos, los jóvenes, ¿limitan su lenguaje por este motivo? 

Creo que nuestro idioma es muy rico en palabras y expresiones y no hay duda de que la lectura favorece la ampliación de nuestro vocabulario. Todas las palabras son válidas, pero hay que saber dónde y cuándo utilizarlas. Eso es lo que habría que enseñarles a los chicos y no simplemente el clásico “eso no se dice”.  

Según la lingüista Graciela Barrios, “Las malas palabras forman parte de los llamados tabúes lingüísticos. Un lingüista diría que las palabras no son buenas ni malas. Pero desde el punto de vista de la sociolingüística, no se puede ignorar que son una marca de informalidad y que hay situaciones en que es adecuado usarlas y otras en que no lo es”. 

No hablamos de la misma manera con un amigo que con un director de escuela, por ejemplo. No hablamos de la misma manera cuando estamos en una reunión de pares, que cuando están presentes personas ajenas a ese círculo. Eso –a mi criterio– es lo que tienen que aprender los jóvenes.

Y, en fin, también creo que el insulto es el pobre recurso del que no sabe qué decir para ganar una discusión. Claro que a todos nos pasa… alguna vez…

Mi mamá siempre decía: “Hablar bien, no cuesta un carajo”. Y es verdad. 

Marita von Saltzen 


1 comentario:

  1. Excelente, sumamente ilustrativo, y ahora qué hago cuando quiero decir carajo????

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