domingo, 29 de mayo de 2022

Decálogo

 Jeanette Winterson


Nació en 1959 en Manchester, Reino Unido. Hija adoptiva de una pareja de escasos recursos económicos, creció en un entorno donde escaseaban los libros y abundaba el fervor religioso. A los dieciséis años, se fue a estudiar a Oxford, donde viviría su primera aventura amorosa con otra mujer. A los veinticuatro publicó Fruta que ganó el Whitbread Award a la mejor primera novela y fue llevada al cine. Otras obras: La pasión,  Espejismos, Escrito en el cuerpo, el libro de ensayos Art Objects y muchas otras.

Póngase a trabajar. La disciplina permite libertad creativa. La no disciplina es igual a no libertad.

II Nunca se detenga cuando esté atascado. Puede que no sea capaz de resolver el problema, pero póngalo a un lado y vaya a escribir algo más. No se detenga por completo.

III Ame lo que haga.

IV Sea honesto consigo mismo. Si no es bueno, acéptelo. Si el trabajo que está haciendo no es bueno, acéptelo.

No aferrarse a un trabajo deficiente. Si era malo cuando entró en el cajón, será igualmente malo cuando salga.

VI No le haga caso a quien no lo respeta.

VII No le haga caso a cualquier persona con problemas de género. Muchos hombres siguen pensando que las mujeres carecen de imaginación.

VIII Sea ambicioso con el trabajo y no con la recompensa.

IX Confíe en su creatividad.

¡Disfrute de este trabajo!


FRAGMENTO DE ESCRITO EN EL CUERPO

Era un domingo de agosto. Yo chapoteaba en las aguas poco profundas del río, donde los pececillos se atreven a asomar el lomo al sol. En ambas orillas, el verde normal de la hierba había dejado paso a una pintura de salpicaduras psicodélica de virulentos pantaloncitos de ciclista en licra y camisas hawaianas made in Taiwan. Agrupados como gustan de agruparse las familias; papá con el periódico apoyado en la barriga, mamá encorvada sobre los termos. Chiquillos delgados como bastoncitos de caramelo de color rosa. Mamá te vio meterte en el agua y se esforzó en levantarse de la sillita de lona de rayas.
—Debería darte vergüenza. Hay familias delante.
Tú te reíste y saludaste con la mano, brillante el cuerpo bajo las claras aguas verdes, su forma amoldándose a tu forma, sosteniéndote, leales a ti. Te volviste de espaldas y tus pezones rozaron la superficie del río y el río te llenó el pelo de abalorios. Eres de color crema salvo por tu pelo, tu pelo rojo que te flanquea los costados.
—Voy a decirle a mi marido que venga. George, ven aquí. George, ven aquí.
—¿No te das cuenta de que estoy viendo la televisión? —soltó George sin volverse.
Tú te pusiste de pie y el agua resbaló por tu cuerpo en arroyuelos de plata. No lo pensé, me metí en el río y te besé. Tú me rodeaste la espalda ardiente con los brazos.
—Aquí no hay nadie más que tú y yo —dijiste.
Miré y las orillas estaban desiertas.
Tuviste mucho cuidado de no decir esas palabras que pronto se convirtieron en nuestro altar privado. Yo las había dicho muchas veces antes, dejándolas caer como monedas en un pozo de los deseos, esperando que se cumplieran. Las había dicho muchas veces antes, pero no a ti. Las había regalado como nomeolvides a chicas que deberían haber sido más espabiladas. Las había usado como balas y trueques. No me gusta considerarme una persona falsa, pero si digo que te amo y no es cierto, ¿qué otra cosa soy?

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